0381 | Que ves, el cielo: comentario de «Constelaciones» de Lisandro Aristimuño

En Constelaciones, el músico vuelve a superarse a sí mismo y crea un nuevo universo con el cosmos, el amor y la naturaleza como conceptos más fuertes para redondear un disco de gran factura.

spués de un disco tan completo como Mundo anfibio (2012) parecía que iba a ser difícil para Lisandro Aristimuño llegar a una obra que pudiera conmover como lo hicieron aquellas canciones reunidas a partir de un concepto tan claro y contundente. La vara estaba muy alta. Pero una vez más, el músico rionegrino que apuntaló a una nueva generación de cancionistas con una manera singular de combinar arte e independencia, nos vuelve a dar una gratísima sorpresa.

¿Cómo lo hizo? «Descubrí que mirando para arriba también pasan muchas cosas», dijo Aristimuño hace algunas semanas en la presentación que realizó en el Planetario porteño donde se estrenó el material acompañado de proyecciones estelares. Claro, si Mundo Anfibio remite al espacio acuático y su contexto, en Constelaciones el cantautor crea un nuevo universo a partir de la infinidad del cosmos. «Hay mucha gente que ya no está pero que ilumina, gente importante, músicos que nos cuidan», agregó al respecto.

A medida que se desandan los once tracks del disco, esos músicos/faros están absolutamente presentes. Así sobrevuela el aura de Spinetta y se hace palpable desde la base elegida especialmente para la ocasión (Javier Malosetti en el bajo y Sergio Verdinelli en la batería, dupla infalible) y Hoy, hoy, hoy remite necesariamente a los Beatles. Pero también lo iluminan algunos todavía terrenales como Silvio Rodríguez o Fito Páez: es que si hay algo que Aristimuño ha logrado mejor que nadie en este nuevo siglo, es tomar elementos de cada uno de esos y otros artistas, imprimirle una singularidad y lograr así una estilo absolutamente propio.

Nacer y morir
Cómo conceptualizar una decena de buenas canciones. Así podría definirse el nuevo desafío que se plantea Aristimuño en Constelaciones y que empieza a saldar desde el mismo comienzo con ese sampleo de voces en Rastro de percal que alude al nacimiento, al amanecer, al sonido primal. En el último tramo llega Respirar, que funciona como un réquiem de despedida en piano y voz pintando la agonía («Me quebré, fuera de mí, te insulté, me quedé sin saber respirar») y Constelación once, una especie de bonus que termina siendo una absoluta declaración de principios: «Nunca tuve miedo de aquel patrón, siempre defendí nuestro cielo (…) Así yo doy sin recibir amor, así voy a morir mejor», canta un desgarrado Aristimuño para cerrar perfectamente el círculo.

En el medio, se destacan el estremecedor folk De nuevo al frío, el elegido como corte de difusión con el infaltable guiño anglo (Good morning life), el blusazo Una flor (link al mejor Páez) y el guitarrarero y esperanzador Tu corazón, en el que tal vez mejor se note el gran trabajo de las guitarras (algunas en magníficos segundos planos) a lo largo de todo el disco.